LA LENGUALANGUAGE
Foto: Sebastián Arpesella
ARGENTINA
Creación e interpretación Leticia Mazur
Exploración de la danza como lenguaje poético y simbólico, como medio de contacto con el propio infinito. Detrás de este trabajo está Leticia Mazur, una de las más destacadas figuras de la danza contemporánea argentina.
«El tránsito es lento y de un crecimiento cautivante. La fuerza poética que despliega Mazur -una bailarina de una capacidad expresiva única- subyuga, hipnotiza, conmueve». La Nación.
RESEÑALa investigación de lenguaje para esta obra tiene como foco la capacidad del cuerpo de sumergirse en lo inconsciente. El movimiento está puesto en función de la búsqueda de lo indefinible, lo indescifrable, eso que es propio de lo físico, emitido y comprendido desde el cuerpo. La lengua ahonda en la exploración de la danza como lenguaje poético y simbólico, como medio de contacto con el propio infinito. Su estructura es cíclica, zodiacal. Es a partir de esta búsqueda hacia lo desconocido que surge la idea de viaje iniciático en el cual “el héroe” debe enfrentarse a las fuerzas de la oscuridad para ir al encuentro de la totalidad.
Leticia Mazur es bailarina, actriz, coreógrafa y docente. Comienza su formación a los 5 años en gimnasia deportiva. Recibe una beca del Performing Arts Research and Training Studios (P.A.R.T.S.), Bélgica, bajo la dirección de Anne Teresa Dekeersmaeker (Rosas). Su formación incluye diferentes técnicas de danza, improvisación, actuación, canto y yoga. Es co-creadora e intérprete de Secreto y Malibú (dirigida por Diana Szeinblum), Guarania Mía y Random (dirigidas por Carlos Casella), Ouroboro (dirigida por Luis Garay), co-directora de Watt (junto a Inés Rampoldi) y directora de Ilusión y Madame. Trabaja como corógrafa en proyectos del interior del país y como intérprete con De la Guarda en Villa Villa, El Descueve en Patito feo y en la obra Alaska de D. Szeinblum.
Como actriz en Automáticos y Macbeth dirigida por Javier Daulte, en Squash de Edgardo Cozarinsky, Biónica de Willyam Prociuk, La cocina dirigida por Alicia Zanca y Los talentos de Agustín Mendilaharzu y Walter Jacob. En cine se la puede ver en Nocturnos de Edgardo Cozarinsky, Los quiero a todos de Luciano Quilici y Juan y Eva de Paula de Luque, entre otras. Participa con sus obras de diversos festivales internacionales en Brasil, Chile, Colombia, México,
Ecuador, Uruguay, Estados Unidos, España, Francia, Singapur y Japón.
Es docente de técnica e improvisación y recibe los Primeros Premios de Teatro del Mundo, Certamen Metropolitano de Teatro, Fiesta Nacional del Teatro y MacStation Paradigma Digital, además de subsidios de la Fundación Antorchas, Instituto Nacional del Teatro y Prodanza.
«Leticia Mazur es una exquisita coreógrafa y bailarina de contemporáneo. Es la que participó, por ejemplo, de espectáculos como Secreto y Malibú, Watt y Alaska, en los que desplegaba mundos poéticos sumamente intensos, disímiles y personales. Hace unos dos años decidió hacer un solo. El resultado, después de recorrer varios senderos, infinidad de bifurcaciones y de entablar varias asociaciones con otras creadoras (Inés Rampoldi, Elisa Carrijo, Bárbara Hang) se llama La lengua.
La lengua genera, en muchos sentidos, la sensación de un viaje por territorios insondables, por micromundos complejos de definir. Así se arma un recorrido, un todo, por el enigmático mundo de lo femenino, por lo misterioso, por lo íntimo. En la primera escena ella, inmóvil, asiste a cómo otra fuerza u otro persona (¿será un hombre?) desteje una pechera de lana de su babydoll. Cuando concluye esa acción, en cierto sentido parece quedar desnuda. A partir de ese momento comienza a desandar su propio trayecto.
El tránsito es lento y de un crecimiento cautivante. La fuerza poética que despliega Mazur -una bailarina de una capacidad expresiva única- subyuga, hipnotiza, conmueve. Cada secuencia de movimiento es notable. Por momentos, dominan los balbuceos, los gestos sin solución de continuidad, las secuencias que parecen finalizar en el fracaso. Puede ser un mínimo paso de tap, puede ser un break, puede ser un leve movimiento de extremidades superiores. En la acumulación de esas levedades construye la poética, su lenguaje, su lengua. En otros momentos, prevalece una fuerza imposible de frenar.
La performance se afirma y constituye en el indiscutible talento de otros creadores. Esa mujer (que, paradójicamente, también circula por imágenes de lo masculino) se desplaza todo el tiempo en un espacio de extrema pulcritud diseñado por Alicia Leloutre y de Matías Sendón. Ellos son los responsables del arte de esta propuesta, los creadores de la caja que tan bien define al contenido. Lo mismo sucede con el diseño sonoro de Alejandro Terán y de Manuel Schaller. De hecho, hay momentos en que esa partitura parece ocupar el rol del coreógrafo. O, dicho de otro modo, los vínculos internos que hacen a la propuesta son de una extrema solidez (imposible pasar por alto el vestuario de María González y el trabajo de de Ana Paula Méndez).
Y, claro, Leticia Mazur. La lengua madre de todo esto. La del rostro expuesto. La que busca la palabra. La endeble. La que se esconde. La que desteje su propio mundo para indagar sus zonas más personales». Alejandro Cruz. La Nación. 6 de julio de 2012.
«Ella baila sola.
Un viaje alucinante, un camino heroico, un descenso al país de las maravillas tenebrosas: pergeñado durante un encierro voluntario, Leticia Mazur dio forma a La lengua, un espectáculo en el que literalmente baila una trama más allá de las palabras, donde las cosas se comprenden por el solo hecho de vivirlas. Un clima hipnótico, una puesta notable y un resultado que muestra por qué la danza contemporánea puede ser igual de conmocionante que un cuadro abstracto, una melodía sin letra o el estallido de una palabra en la mente.
Después de muchos años de bailar por el mundo con los mejores coreógrafos, de estudiar en Bruselas con Anne Teresa de Keersmaekery, y de dirigir hace cinco años Ilusión, su primera obra como directora, Leticia Mazur presenta este año La lengua, una obra de madurez en el más ambicioso sentido de la palabra. Rodeada de un equipo de lujo, Mazur creó una máquina alucinada en donde cada detalle es precioso y enigmático, y donde hay lugar incluso para el humor y la ironía; un recorrido de un ritmo perfecto con la música (creada por Alejandro Terán y Manuel Schaller) y la luz (un trabajo de Matías Sendón que lo consagra definitivamente como un artista visual impresionante, a cargo también de la escenografía junto a Alicia Leloutre) como presencias constantes que estimulan a la protagonista en un viaje por territorios oscuros y reveladores. Y es que La lengua podría ser una versión muy libre de Laberinto, o la apropiación moderna del camino del héroe de un libro sagrado, incluso la versión electrónica de un cuento sufi. Pareciera que Mazur se hubiera sumergido en un bosque interno lleno de monstruos y verdades del que salió con fe y gracia, y que al querer traducirlo en obra no olvidó que escucha a Björk y que los palacios modernos son rascacielos.
No pasa muy seguido que uno se encuentra con una obra que pareciera haberse salido con la suya sin hacer concesiones. Esto ocurre de tanto en tanto; uno sigue la obra de un director, de un escritor o músico y de repente, zas, toda la búsqueda anterior y la experiencia se encuentran en una creación ejemplar y auténtica que da sentido a todo el recorrido. “Fue un proceso muy largo. Mi novio me agarró y me dijo que yo tenía que hacer un solo. ¿Yo, un solo? ¿Que me miren sólo a mí? No entendía por dónde podría hacerlo, no entendía por qué. ¿Cuánto me creo que puedo llegar a mantener el interés?, pensaba. Esa era la primera pregunta: ¿cómo hacer un solo que fuera honesto y necesario para uno, que no responda al ego? Después me di cuenta de que lo que me había parecido descabellado era la posibilidad de desplegar un lenguaje personal; si bien siempre una, en las obras que hace, está poniendo su propio lenguaje –más aún en las obras en las que yo siempre participé, que son de creación colectiva–, nunca está la posibilidad absoluta de libertad, creando e interpretando a la vez. Y creí que era un buen momento para hacerlo, una ocasión para preguntarme cosas más personales”, cuenta Mazur.
El proceso creativo tuvo varias etapas. La primera fue de la mano de su amiga y compañera en la exquisita y canónica Secreto y Malibú, Inés Rampoldi. “Las ideas centrales de la obra aparecieron en ese momento. Quería que fuese una obra de danza, pero también que tuviera mucho de actoral. En La lengua, la interpretación es todo. Quería crear una obra en la que fuese necesario ese estado, y no porque me pusiera a hablar o a opinar de cosas; de hecho no sentía que tuviera algo que decir sobre un tema específico. Empezamos ensayando en lo de Inés, que da clases de yoga, y usábamos todos los elementos que teníamos a mano; la luz, que estuvo desde el principio como un elemento y una presencia indispensables, era la estufa eléctrica de la sala. Con Inés apareció lo central: la presencia casi constante de la música –que queríamos que fuera una mezcla de ópera y dibujito animado–, y la idea del afuera como un misterio.” Como Inés no pudo seguir dirigiéndola, Leticia Mazur se quedó casi un año ensayando sola, entrando en un estado de semitrance y autoconocimiento que le dio mucho al sentido general de la pieza. “Entré en un estado de la mente que no conocía, tal vez más cercano al que escribe o al que pinta, tomando decisiones desde un lugar en el que no tenés que hacerlas conscientes, ni traducirlas, ni compartirlas, ni lograr acuerdo con eso. Muchas veces ensayaba un rato y después me quedaba dormida en la sala, y después retomaba. Pasaba de una decisión a otra, no tenía que estar ni siquiera de acuerdo conmigo misma. Esa fue la investigación, pero la obra no la podía hacer sola.” En ese momento aparece la coreógrafa y bailarina Bárbara Hang y la dramaturga, directora y actriz Elisa Carricajo, una más abocada al movimiento, a lo estético y visual, y la otra a la dramaturgia, a buscar el sentido de todo lo que Mazur había producido mientras estuvo en la cueva. “Ni bien apareció Elisa, me dijo: ‘Esta obra relata un viaje iniciático’. Le puso palabra y conciencia a algo que ya estaba, fue un gran encuentro con ellas dos, y a la vez un alivio que alguien me dijera qué se veía desde afuera. De todas formas, siempre mantuve los ensayos sola, con un espejo.”
En La lengua hay un breve texto escrito por Carricajo que Mazur dice con la cara escondida detrás de una de las paredes de la escenografía; el texto aparece cuando uno ya no espera que haya palabra y tal vez, el título de la obra se vuelva carne en ese momento, cuando la lengua, o la palabra, se perciben como una capa superflua del mundo interior: necesaria, ineludible, pero ínfima ante el verdadero misterio de lo que está vivo. “En danza es complicado cuando hay texto; muchas veces queda algo a mitad de camino entre danza o teatro; ése era mi miedo. Yo quería que la gente que no suele ver danza pudiera acercarse a la obra, que no se quedara afuera porque el material fuera excesivamente críptico. A muchos espectadores les pasa con la danza que necesitan de una historia que se pueda racionalizar, y cuando la danza cede a eso, agregando texto o creando situaciones, muchas veces pierde su centro, queda a mitad de camino; u otras veces se vuelve, por el contrario, muy abstracta. A mí me encantan las obras de danza que son pura danza, si una obra está bien bailada, no necesito más. Es como pedirle a una poesía que sea una novela. O a una música sin letra que la tenga. En este caso yo quería convencer de algo inexplicable, como esas obras que no sabés por qué, pero decís ‘sí, sí’.”
La lengua es un ejemplo de una obra que podría ser llamada de danza sólo porque tiene a una bailarina impresionante en escena; pero es sobre todo un relato, un viaje que no se detiene nunca, que produce sentido todo el tiempo y que se vale de la palabra, el cuerpo, el espacio, la música y la luz para crear un mundo hipnótico al que no se le pide más texto, ni narración, ni conflicto. Todo está ahí: danza, teatro o lo que sea». Agustina Muñoz. Página 12, Radar. 12 de agosto de 2012.
Creación e interpretación Leticia Mazur
Espacio y luz Alicia Leloutre y Matías Sendón
Música Alejandro Terán y Manuel Schaller
Vestuario María González
Tejido Ana Paula Méndez
Fotos Sebastián Arpesella
Diseño Gráfico Pablo Sternbach
Producción Laura Mazur
Asistente de escenario Leandro Orellano
Supervisión dramatúrgica y texto Elisa Carricajo
Participación creativa Inés Rampoldi y Rafael Ferro
Co-dirección Elisa Carricajo y Bárbara Hang
Dirección general Leticia Mazur
Realizada mediante un subsidio de Prodanza y con el apoyo del Instituto Nacional del Teatro
Estreno 8 de junio del 2012, Espacio Callejón, Buenos Aires, Argentina
Duración 45 minutos
Photo: Sebastián Arpesella
ARGENTINA
Created and performed by Leticia Mazur
This piece explores dance as a poetic and symbolic language and a way of getting touch with infinity itself. Behind this work is Leticia Mazur, one of the most outstanding figures of Argentina’s modern dance scene.
«This work builds slowly, captivating the audience gradually. The poetic power deployed by Mazur –a dancer with an unparalleled expressive ability – overpowers, hypnotizes and moves the audience.» La Nación
SYNOPSISThis work investigates language through the body’s power to submerge itself in the unconscious. The movements drive the search for the indefinable, the undecipherable realm of the physical that emerges from and is understood by the body. La Lengua delves deep, exploring dance as a poetic and symbolic language, a way of getting in touch with infinity itself. It has the cyclical structure of the zodiac. Emerging from this drive to know the unknown is the initial journey undertaken by “the hero,” who must face the forces of darkness in order to encounter the All.
Leticia Mazur es bailarina, actriz, coreógrafa y docente. Comienza su formación a los 5 años en gimnasia deportiva. Recibe una beca del Performing Arts Research and Training Studios (P.A.R.T.S.), Bélgica, bajo la dirección de Anne Teresa Dekeersmaeker (Rosas). Su formación incluye diferentes técnicas de danza, improvisación, actuación, canto y yoga. Es co-creadora e intérprete de Secreto y Malibú (dirigida por Diana Szeinblum), Guarania Mía y Random (dirigidas por Carlos Casella), Ouroboro (dirigida por Luis Garay), co-directora de Watt (junto a Inés Rampoldi) y directora de Ilusión y Madame. Trabaja como corógrafa en proyectos del interior del país y como intérprete con De la Guarda en Villa Villa, El Descueve en Patito feo y en la obra Alaska de D. Szeinblum.
Como actriz en Automáticos y Macbeth dirigida por Javier Daulte, en Squash de Edgardo Cozarinsky, Biónica de Willyam Prociuk, La cocina dirigida por Alicia Zanca y Los talentos de Agustín Mendilaharzu y Walter Jacob. En cine se la puede ver en Nocturnos de Edgardo Cozarinsky, Los quiero a todos de Luciano Quilici y Juan y Eva de Paula de Luque, entre otras. Participa con sus obras de diversos festivales internacionales en Brasil, Chile, Colombia, México,
Ecuador, Uruguay, Estados Unidos, España, Francia, Singapur y Japón.
Es docente de técnica e improvisación y recibe los Primeros Premios de Teatro del Mundo, Certamen Metropolitano de Teatro, Fiesta Nacional del Teatro y MacStation Paradigma Digital, además de subsidios de la Fundación Antorchas, Instituto Nacional del Teatro y Prodanza.
«Leticia Mazur es una exquisita coreógrafa y bailarina de contemporáneo. Es la que participó, por ejemplo, de espectáculos como Secreto y Malibú, Watt y Alaska, en los que desplegaba mundos poéticos sumamente intensos, disímiles y personales. Hace unos dos años decidió hacer un solo. El resultado, después de recorrer varios senderos, infinidad de bifurcaciones y de entablar varias asociaciones con otras creadoras (Inés Rampoldi, Elisa Carrijo, Bárbara Hang) se llama La lengua.
La lengua genera, en muchos sentidos, la sensación de un viaje por territorios insondables, por micromundos complejos de definir. Así se arma un recorrido, un todo, por el enigmático mundo de lo femenino, por lo misterioso, por lo íntimo. En la primera escena ella, inmóvil, asiste a cómo otra fuerza u otro persona (¿será un hombre?) desteje una pechera de lana de su babydoll. Cuando concluye esa acción, en cierto sentido parece quedar desnuda. A partir de ese momento comienza a desandar su propio trayecto.
El tránsito es lento y de un crecimiento cautivante. La fuerza poética que despliega Mazur -una bailarina de una capacidad expresiva única- subyuga, hipnotiza, conmueve. Cada secuencia de movimiento es notable. Por momentos, dominan los balbuceos, los gestos sin solución de continuidad, las secuencias que parecen finalizar en el fracaso. Puede ser un mínimo paso de tap, puede ser un break, puede ser un leve movimiento de extremidades superiores. En la acumulación de esas levedades construye la poética, su lenguaje, su lengua. En otros momentos, prevalece una fuerza imposible de frenar.
La performance se afirma y constituye en el indiscutible talento de otros creadores. Esa mujer (que, paradójicamente, también circula por imágenes de lo masculino) se desplaza todo el tiempo en un espacio de extrema pulcritud diseñado por Alicia Leloutre y de Matías Sendón. Ellos son los responsables del arte de esta propuesta, los creadores de la caja que tan bien define al contenido. Lo mismo sucede con el diseño sonoro de Alejandro Terán y de Manuel Schaller. De hecho, hay momentos en que esa partitura parece ocupar el rol del coreógrafo. O, dicho de otro modo, los vínculos internos que hacen a la propuesta son de una extrema solidez (imposible pasar por alto el vestuario de María González y el trabajo de de Ana Paula Méndez).
Y, claro, Leticia Mazur. La lengua madre de todo esto. La del rostro expuesto. La que busca la palabra. La endeble. La que se esconde. La que desteje su propio mundo para indagar sus zonas más personales». Alejandro Cruz. La Nación. 6 de julio de 2012.
«Ella baila sola.
Un viaje alucinante, un camino heroico, un descenso al país de las maravillas tenebrosas: pergeñado durante un encierro voluntario, Leticia Mazur dio forma a La lengua, un espectáculo en el que literalmente baila una trama más allá de las palabras, donde las cosas se comprenden por el solo hecho de vivirlas. Un clima hipnótico, una puesta notable y un resultado que muestra por qué la danza contemporánea puede ser igual de conmocionante que un cuadro abstracto, una melodía sin letra o el estallido de una palabra en la mente.
Después de muchos años de bailar por el mundo con los mejores coreógrafos, de estudiar en Bruselas con Anne Teresa de Keersmaekery, y de dirigir hace cinco años Ilusión, su primera obra como directora, Leticia Mazur presenta este año La lengua, una obra de madurez en el más ambicioso sentido de la palabra. Rodeada de un equipo de lujo, Mazur creó una máquina alucinada en donde cada detalle es precioso y enigmático, y donde hay lugar incluso para el humor y la ironía; un recorrido de un ritmo perfecto con la música (creada por Alejandro Terán y Manuel Schaller) y la luz (un trabajo de Matías Sendón que lo consagra definitivamente como un artista visual impresionante, a cargo también de la escenografía junto a Alicia Leloutre) como presencias constantes que estimulan a la protagonista en un viaje por territorios oscuros y reveladores. Y es que La lengua podría ser una versión muy libre de Laberinto, o la apropiación moderna del camino del héroe de un libro sagrado, incluso la versión electrónica de un cuento sufi. Pareciera que Mazur se hubiera sumergido en un bosque interno lleno de monstruos y verdades del que salió con fe y gracia, y que al querer traducirlo en obra no olvidó que escucha a Björk y que los palacios modernos son rascacielos.
No pasa muy seguido que uno se encuentra con una obra que pareciera haberse salido con la suya sin hacer concesiones. Esto ocurre de tanto en tanto; uno sigue la obra de un director, de un escritor o músico y de repente, zas, toda la búsqueda anterior y la experiencia se encuentran en una creación ejemplar y auténtica que da sentido a todo el recorrido. “Fue un proceso muy largo. Mi novio me agarró y me dijo que yo tenía que hacer un solo. ¿Yo, un solo? ¿Que me miren sólo a mí? No entendía por dónde podría hacerlo, no entendía por qué. ¿Cuánto me creo que puedo llegar a mantener el interés?, pensaba. Esa era la primera pregunta: ¿cómo hacer un solo que fuera honesto y necesario para uno, que no responda al ego? Después me di cuenta de que lo que me había parecido descabellado era la posibilidad de desplegar un lenguaje personal; si bien siempre una, en las obras que hace, está poniendo su propio lenguaje –más aún en las obras en las que yo siempre participé, que son de creación colectiva–, nunca está la posibilidad absoluta de libertad, creando e interpretando a la vez. Y creí que era un buen momento para hacerlo, una ocasión para preguntarme cosas más personales”, cuenta Mazur.
El proceso creativo tuvo varias etapas. La primera fue de la mano de su amiga y compañera en la exquisita y canónica Secreto y Malibú, Inés Rampoldi. “Las ideas centrales de la obra aparecieron en ese momento. Quería que fuese una obra de danza, pero también que tuviera mucho de actoral. En La lengua, la interpretación es todo. Quería crear una obra en la que fuese necesario ese estado, y no porque me pusiera a hablar o a opinar de cosas; de hecho no sentía que tuviera algo que decir sobre un tema específico. Empezamos ensayando en lo de Inés, que da clases de yoga, y usábamos todos los elementos que teníamos a mano; la luz, que estuvo desde el principio como un elemento y una presencia indispensables, era la estufa eléctrica de la sala. Con Inés apareció lo central: la presencia casi constante de la música –que queríamos que fuera una mezcla de ópera y dibujito animado–, y la idea del afuera como un misterio.” Como Inés no pudo seguir dirigiéndola, Leticia Mazur se quedó casi un año ensayando sola, entrando en un estado de semitrance y autoconocimiento que le dio mucho al sentido general de la pieza. “Entré en un estado de la mente que no conocía, tal vez más cercano al que escribe o al que pinta, tomando decisiones desde un lugar en el que no tenés que hacerlas conscientes, ni traducirlas, ni compartirlas, ni lograr acuerdo con eso. Muchas veces ensayaba un rato y después me quedaba dormida en la sala, y después retomaba. Pasaba de una decisión a otra, no tenía que estar ni siquiera de acuerdo conmigo misma. Esa fue la investigación, pero la obra no la podía hacer sola.” En ese momento aparece la coreógrafa y bailarina Bárbara Hang y la dramaturga, directora y actriz Elisa Carricajo, una más abocada al movimiento, a lo estético y visual, y la otra a la dramaturgia, a buscar el sentido de todo lo que Mazur había producido mientras estuvo en la cueva. “Ni bien apareció Elisa, me dijo: ‘Esta obra relata un viaje iniciático’. Le puso palabra y conciencia a algo que ya estaba, fue un gran encuentro con ellas dos, y a la vez un alivio que alguien me dijera qué se veía desde afuera. De todas formas, siempre mantuve los ensayos sola, con un espejo.”
En La lengua hay un breve texto escrito por Carricajo que Mazur dice con la cara escondida detrás de una de las paredes de la escenografía; el texto aparece cuando uno ya no espera que haya palabra y tal vez, el título de la obra se vuelva carne en ese momento, cuando la lengua, o la palabra, se perciben como una capa superflua del mundo interior: necesaria, ineludible, pero ínfima ante el verdadero misterio de lo que está vivo. “En danza es complicado cuando hay texto; muchas veces queda algo a mitad de camino entre danza o teatro; ése era mi miedo. Yo quería que la gente que no suele ver danza pudiera acercarse a la obra, que no se quedara afuera porque el material fuera excesivamente críptico. A muchos espectadores les pasa con la danza que necesitan de una historia que se pueda racionalizar, y cuando la danza cede a eso, agregando texto o creando situaciones, muchas veces pierde su centro, queda a mitad de camino; u otras veces se vuelve, por el contrario, muy abstracta. A mí me encantan las obras de danza que son pura danza, si una obra está bien bailada, no necesito más. Es como pedirle a una poesía que sea una novela. O a una música sin letra que la tenga. En este caso yo quería convencer de algo inexplicable, como esas obras que no sabés por qué, pero decís ‘sí, sí’.”
La lengua es un ejemplo de una obra que podría ser llamada de danza sólo porque tiene a una bailarina impresionante en escena; pero es sobre todo un relato, un viaje que no se detiene nunca, que produce sentido todo el tiempo y que se vale de la palabra, el cuerpo, el espacio, la música y la luz para crear un mundo hipnótico al que no se le pide más texto, ni narración, ni conflicto. Todo está ahí: danza, teatro o lo que sea». Agustina Muñoz. Página 12, Radar. 12 de agosto de 2012.
Creación e interpretación Leticia Mazur
Espacio y luz Alicia Leloutre y Matías Sendón
Música Alejandro Terán y Manuel Schaller
Vestuario María González
Tejido Ana Paula Méndez
Fotos Sebastián Arpesella
Diseño Gráfico Pablo Sternbach
Producción Laura Mazur
Asistente de escenario Leandro Orellano
Supervisión dramatúrgica y texto Elisa Carricajo
Participación creativa Inés Rampoldi y Rafael Ferro
Co-dirección Elisa Carricajo y Bárbara Hang
Dirección general Leticia Mazur
Realizada mediante un subsidio de Prodanza y con el apoyo del Instituto Nacional del Teatro
Premiere June 8th, 2012, Callejón Space, Buenos Aires, Argentina
Length 45 minutos