Santiago a Mil y Lom Recopilan los 200 Años del Teatro Chileno
lunes, 18 enero, 2010 | Tema: Noticias, Noticias 2010 | | TweetEl arte dramático se toma las calles de la ciudad llenándolas de colorido y magia, es que se insertan “Las pequeñas grandes Obras Bicentenario”, que forman parte de la celebración a los doscientos años del teatro chileno.
Lom Ediciones ha querido participar de esta fiesta lanzando, a modo de edición especial en formato mini bolsillo, una caja con ocho de las obras más renombradas y escogidas en esta ocasión para representar el talento de todos los creadores nacionales.
Cinema-Utoppia (Ramón Griffero)
Ramón Griffero es uno de los importantes exponentes de la dramaturgia nacional y precursor de la renovación teatral. Cinema-Utoppia debutó en 1985 y a poco andar se transformó en un fenómeno para el teatro latinoamericano.
Griffero mezcla los géneros. El cine invade la escena, la transforma, le da un nuevo sentido por el cual el espectador debe captar el mensaje; sus múltiples niveles de interpretación han instaurado una nueva manera de “mirar”, lo que la crítica destacó y elogió del montaje.
La obra nos presenta a un grupo de espectadores que asiste al Teatro Valencia a ver la película “Utoppia”. Todos ellos son espectadores solitarios, consternados y aislados que acuden al cine porque en él han encontrado un refugio, un espacio de encuentro donde desplegar sus aspiraciones y sueños, los que son “absorbidos” por el acomodador, quien se constituye a través de las esperanzas individuales y colectivas de los asistentes al Valencia.
La vigencia de la obra, según su autor, es indiscutible: «El montaje regresa para reafirmar el sentido del arte, la resistencia frente a una cultura de mercado y la necesidad de los sentidos de vida y espiritualidad», asegura Ramón Griffero.
El coordinador (Benjamín Galemiri)
El coordinador fue escrita en 1992 y estrenada al año siguiente por la compañía Bufón Negro, con dirección de Alejandro Goic. Con esta pieza, el dramaturgo debutó en el medio teatral nacional y ganó el VIII Festival de Teatro, organizado por el Instituto Chileno Norteamericano de Cultura.
La obra nos presenta a cuatro personajes encerrados en el ascensor de un edificio comandado por Marlon, quien manipula a los pasajeros. En esta situación los personajes desatarán todos sus miedos y ambiciones. Según Benjamín Galemiri, «la obra presenta una situación límite, donde la palabra representa la fuga. Se muestra la irrupción del lenguaje como algo sagrado que nos libera». Y agrega, hay allí «una visión sobre las relaciones de poder en los ámbitos privados y públicos, abarcando un discurso que tiene que ver con la sexualidad, los temas emocionales o políticos».
El coordinador ya ha sido traducida a varios idiomas: francés, inglés, alemán, portugués, italiano y ruso. La obra se ha presentado en Argentina, México, Brasil, Estados Unidos, España, Italia y Francia.
Los payasos de la esperanza (Raúl Osorio – Mauricio Pesutic)
Tony Pelusita, Tony Cucharón, Tony Liberty: tres payasos, tres hombres que están a la espera de la aprobación de un proyecto que les posibilitaría desarrollar su anhelado oficio y los sacaría de la aplastante cesantía.
Los payasos de la esperanza es una obra que surge del trabajo de investigación que realizan estudiantes del Taller de Investigación Teatral, T.I.T., en la Escuela de Teatro de la Universidad Católica. La aguda observación que estos hicieran como participantes de un grupo de tonys cesantes que funcionaba bajo el alero del Arzobispado, se transformó en el guión de esta obra que plasma la marginalidad y el momento que se vive. La obra se estrenó el año 1977. Osorio y Pesutic recrearon en el montaje esas tensas vigilias y en 1986 dieron cabida a una adaptación con mayores matices de humor, donde los personajes logran que las alusiones al contexto político sean tan sutiles, que relevan la reivindicación de la dignidad humana. Desde entonces Los payasos de la esperanza no ha parado su itinerancia: han recorrido las tablas, los años y la historia pasando por los más prestigiosos escenarios del mundo y los más humildes del país, porque la compañía decidió, en un acto muy propio de la época, llegar hasta los olvidados del sistema.
Tres Marías y una Rosa (David Benavente – Raúl Osorio – T.I.T.)
Tres Marías y una Rosa es una obra que se inscribe en la misma línea de Los payasos de la esperanza: es producto del Taller de Investigación Teatral (T.I.T.), que en un trabajo colectivo –de investigación en terreno – logra extraer la realidad de una época y traducirla en texto, montaje y actuación.
Cuatro mujeres, en el patio de una vivienda, fabrican arpilleras para venderlas y subsistir en una época de cesantía generalizada y en que la sociedad chilena debía soportar en silencio las angustias y penurias de un estado dictatorial. Hay ingenuidad, humor y fortaleza en el contexto de una fresca dramaturgia que entonces develaba la trastienda de una realidad doblemente difícil de llevar. En la época, la elaboración de las aparentemente sencillas arpilleras, que eran enviadas al exterior para su comercialización, se constituyó en un símbolo del esfuerzo colectivo, la solidaridad, la creatividad y la dignidad, abordando así el papel de la mujer chilena de extracción humilde como motor y sostén de la familia.
A 30 años de su estreno y en un contexto político diferente, la obra sigue vigente, porque las dificultades y precariedad generadas por una sociedad mercantilizada y consumista, mantienen la lucha cotidiana por la alimentación, la educación, la salud y la dignidad.
Topografía de un desnudo (Jorge Díaz)
Topografía de un desnudo fue escrita en 1966 y estrenada por primera vez en La Habana el mismo año. Según su autor, “está basada en un suceso real ocurrido en Brasil en la década del 60 y del cual los periódicos informaron en su oportunidad. Es un testimonio libremente concebido que no pretende reproducir rigurosamente los personajes ni los detalles de lo ocurrido, pero los hechos podrían suceder en cualquier país donde se encuentre injusticia, represión y violencia”. En la obra, la aparición del cadáver de un indigente motiva una serie de especulaciones sobre el probable homicidio y lo que esto puede generar, lo cual deviene en acontecimientos donde se ven involucrados varios de los personajes del submundo urbano y algunos policías, jueces y fiscales, provocando situaciones que, por absurdas, se vuelven sátira y sarcasmo de la realidad. Un crimen contado por todos sus protagonistas desde sus puntos de vista encontrados; unos protagonistas que se mueven entre la vida y la muerte a sus anchas a través de una dislocación del espacio y la memoria. Con matices de humor e ironía, la obra satiriza nuestra identidad como sociedad latinoamericana.
Moscas sobre el mármol (Luis Alberto Heiremans)
Luis Alberto Heiremans, a pesar de los breves 36 años de su vida, fue un miembro destacado de la «Generación del 50». Sin duda su sólida y contundente obra literaria lo sitúa compartiendo honores junto a José Donoso y Enrique Lihn.
Moscas sobre el mármol fue escrita en 1958 y se estrenó recién en 1994. Fue un interesante intento por incursionar en la compleja trama psicológica de los personajes. La acción transcurre en una casa de campo de una familia acomodada y tradicional. Tres personajes constituirán el triángulo medular de la obra: Julián, su madre –mujer de una afectividad dominante– y un amigo de juventud del protagonista.
Con la perspectiva de quien posee una sensibilidad privilegiada, Heiremans abordó en sus obras la soledad, la dificultad y la complejidad de las relaciones interpersonales; la búsqueda de un sentido de la vida y la orfandad de nuestros sentimientos. En el decir de Vicente Lastra, «la sinceridad de sus diálogos logra que el lector se estremezca y conmueva ante la soledad de Heiremans, enfrentado ante el ansia humana del hombre que utiliza al escribiente para rebelarse ante él mismo y sus potenciales lectores».
Lo crudo, lo cocido, lo podrido (Marco Antonio de la Parra)
Lo crudo, lo cocido, lo podrido nos muestra a unos viejos garzones, Efraín, Evaristo y Elías (últimos en el eslabón de la Orden de la Garzonería Secreta), y Eliana, la vieja cajera de un decadente restaurante capitalino de nombre «Los Inmortales», que se reúnen y llevan a cabo, en medio de un ritual cruel y sadomasoquista, el ajusticiamiento a los líderes de una clase política tan decadente y mediocre como ellos. Los cadáveres yacen enterrados en los reservados del otrora lujoso y elegante local. Hay nostalgia y añoranza de una mejor época. En la obra se representa un exceso en el comportamiento fanático de esa cofradía de garzones, que encerrados allí realizan inventarios una y otra vez. La obra tiene una carga de violencia concentrada, encerrada como ellos, siempre a punto de estallar. El estreno de Lo crudo, lo cocido, lo podrido en la Universidad Católica (1978) motivó un gran escándalo, fue prohibida por las autoridades de la Universidad después de asistir al ensayo general, alegando que las groserías y ofensas que contiene la obra no las podían difundir en la Universidad. En 1999, la obra recibió el Premio TOLA, Theatre of Latin American, de Nueva York.
Hechos consumados / Diatriba de la empecinada (Juan Radrigán)
Las obras de Radrigán se ubican en los espacios de la marginalidad social, asociadas a los contextos políticos, económicos y culturales de las últimas tres décadas. Irrumpió en la dramaturgia en 1979 con su primera obra teatral y al año siguiente con El loco y la triste. En 1981 estrena Hechos consumados, que en su momento mostraba un mundo que se quería ocultar, donde seres humanos, en la fragilidad extrema de la marginalidad, se encuentran e interactúan con toda la variedad de afectos, sueños, esperanzas y desesperanzas, aunque marchen de la ciudad a las tierras de nadie, o sea el encuentro casual y momentáneo de dos soledades. Con todo, son tan humanos que lo que pareció una obra de un momento, lo es de todo momento, pues la marginalidad social y afectiva se mantiene aunque las circunstancias y tiempos cambien.